lunes, 23 de agosto de 2010

21/12/07

12:05

Por las noches los mosquitos acechan esperando a que me duerma para chuparme la sangre y, de paso, transmitirme alguna enfermedad. He traído el libro "Crepúsculo". Me lo compré antes de salir para estar entretenida, pero es una mierda. Ahora me sirve para cazar mosquitos. Las páginas parecen una colección de insectos. ¡Sangre para los vampiros!

¿Cómo he podido ser tan egocéntrica durante 15 años? ¿Cómo he podido emplear horas en elegir ropa en Zara? Esta gente ni sueña con elegir su atuendo. Lo peor es que sé que lo seguiré haciendo cuando vuelva a España dentro de 30 días. Soy una mala persona. La gente de aquí pensaría que soy imbécil si hablasen conmigo. Me quejo hasta de la comida del avión.

19:30

Hemos llegado en autobús a un pequeño pueblecito muy pobre. Se llama Pushkar.
Debo ser bastante exótica, o a lo mejor a los chicos hindúes les gusta vacilar, pero me han mandado besos cuando pasaba asomada a la ventanilla por los pueblecitos.
En Pushkar, teníamos reservado en un hotel muy lujoso (para seguir con el aterrizaje gradual), pero hemos llegado tarde y han dado nuestra habitación. El hotel tenía una piscina tentadora.
Tirados en medio de aquello, Litos, muy cabreado con el hotel lujoso, se sube a la moto de un tío que repite entre una marabunta de gente "¡¡Tortilla española!!".
Es el dueño de Mama Luna, un hotel de lo más hippie. Las habitaciones cuestan 400 rupias (8 euros) la noche. Mi habitación es de lo más cutre. Menos mal que llevo mi mosquitera y mi saco de tela trasportable. No me meto en esa cama de sábanas marrones ni muerta. La pared es azúl, está vieja y desconchada. Hay un poster encima de la cama de Ganesha, el elefante protector. El baño es enano, sucio y con un grifo del que sale un litro por minuto.
Aterrada, me quería escapar de allí, hasta que Chino, el dueño que gritaba "Tortilla española", nos ha hecho subir por unas escaleritas hasta... el paraíso: una terraza chill-out hippie con el mejor ambiente del mundo. Toda la terraza es de colores, con techo de paja del que cuelgan lunas, estrellas, bolas, elefantes y lámparas. Hay plantas y unos colchones harapientos con cojines en el suelo en el que me encantaría tumbarme, no sé porqué. Un Bob Marley que fuma un porro me mira desde un poster de tela.
De este hotel no me muevo.

Pushkar es una ciudad sagrada. Aquí la gente es vegetariana, no bebe alcohol ni fuma. Pero Litos es un pecador y Chino hace de la terraza una zona sin ley. Va a buscar fuera del pueblo cerveza y cigarros para Litos. Suena reggae. Hay otros huéspedes, hippies. Entre ellos dos españoles rastafaris.



Desde esta terraza se ve toda la ciudad. Por la calle hay vacas, perros, monos, camellos, jabalíes y coches, todos campando a sus anchas por el pueblo. Los monos, grises, tienen el tamaño de un niño. Los jabalíes son como perros.



Al atardecer, mamá, Litos y yo observamos desde la terraza un acontecimiento inesperado y muy emocionante: todos los niños salen a sus terrazas y hacen volar cometas, seguramente hechas a mano, y todo el vielo se llena de rombos, como pájaros, atravesando una luz naranja. Me quedo sin habla.

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