sábado, 4 de septiembre de 2010

Bodhgaya

Espero que no sea cierto que esto es un importante centro budista. Lejos de colores limpios, lamas sonrientes o pensativos y aire limpio, Bodhgaya es la enfermedad del mundo, que no solemos percibir, pero que, en esta pequeña ciudad, se siente como una herida abierta. Los budistas, vestidos con la esperada toga amarilla y naranja, se cubren la boca y la nariz con mascarillas, para no respirar la niebla de contaminación que envuelve este lugar. No es tan intensa como en Delhi o Calcuta, pero al ser una pequeña población cerca de las montañas, se siente más.



Está junto a un lago o algo parecido, con lo que los mosquitos vuelan por todas partes.
Nuestro hotel está recién construido (de hecho no está aún terminado y por las mañanas escuchamos los martillazos). Es muy blanco y muy espiral, debemos ser los únicos inquilinos, o como mucho habrá otra habitación ocupada.
He colgado la mosquitera del ventilador, sobre la cama, desde donde escribo, y aun así un mosquito ha conseguido penetrar y me está dando el coñazo. Mierda.
Son las 5:30 pm, los restarantes no abren hasta las 07:00 pm y tengo hambre porque hoy no he almorzado.
He salido de mi habitación hacia la de Litos y mamá. Por el camino me he encontrado con un ciempiés (o algo así) gordo y grande correteando por el pasillo. He pasado corriendo por el pasillo curvo, y he llegado llena de polvo blanco que he levantado con los pies, debe ser por la obra. A la vuelta, el ciempiés, que había sufrido una patada de Litos, estaba arrastrándose con 50 pies y recubierto de polvo blanco. Somos monstruos.

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