lunes, 30 de agosto de 2010

Mamá describe Calcuta como una ciudad en la que ha estallado una bomba atómica. Para mí es una ciudad de fantasmas. Hoy me he enterado de que muchas de las personas dormidas en la calle que vimos anoche eran muertos, que son recogidos por la mañana. Pasa todas las noches.
Queremos salir de aquí lo antes posible, en cualquier medio de transporte, de cualquier manera.
Como es domingo, solo hemos podido sacar un billete de avión en el ciber, tras 4 años de paciencia con estos ordenadores. Nos vamos después de comer a Pathna.
Para aprovechar el tiempo en esta ciudad del demonio hemos ido al museo de Calcuta. Por el camino he visto a un señor tirado en unos cartones al que le faltaba un brazo. Estaba medio muerto y en medio de un ataque de convulsiones. También se ha acercado una niña muy sucia de unos 5 o 4 años que sujetaba un bebé muy pequeño en sus brazos y nos pedía con ojos llorosos extendiendo la manita.
El museo era gracisísimo. Se trataba de una enorme habitación de vitrinas enormes hasta el techo, que cubrían las paredes y el centro de la sala. Los huesos y fósiles se amontonaban entre pelusas de polvo en las vitrinas, que eran unos armatostes de madera vieja y oscura con los cristales sucios. Todos los cartelitos, en hindú, estaban medio descolgados y muy desgastados. Era de lo más surrealista pasearse por aquel lugar, en el que era casi imposible distinguir los huesos apiñados al fondo de los armarios. Mamá, Litos y yo nos estuvimos riendo un buen rato.



También es muy gracioso el gusto de las chicas hindúes. Algunas se visten con saris preciosos, pero en cuanto intentan imitar a occidente la cagan. En el aeropuerto, tengo delante a una chica hindú como de mi edad con semejante porte: diadema dorada de ondulaciones con brillantes, camiseta blanca de manga larga y cuello vuelto, una tira de encaje blanco en el cuello, muy ancha, como de nenuco; otra camiseta de manga larga rosa chicle superpuesta a la blanca, una falda de volantes hasta las rodillas de estampado escocés negro, gris y rosa chicle, otra falda bajo la primera gris con volantes de tela de tutú, un cinturón con un enorme corazón negro con brillantes y unas sandalias blanco resplandeciente con un lacito rosa de brillantes... sobre unos calcetines blancos. Total, que parece increíble que con lo bellos que son los saris alguien pueda cometer semejante crimen para parecerse a las chicas que ven en las pelis americanas... no hay derecho. Es igual de ridículo que si una americanota de esas grandes se enrrollase un sari a lo hortera.

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