sábado, 28 de agosto de 2010

05/01/08

Tras el rico desayuno, nos ponemos en marcha hacia Calcuta. Tiene más de 13200 habitantes, y está a dos horas de Mamalacullán.
Solo pasaremos una noche allí, de camino al centro mundial del budismo, un lugar al norte de la India, cerca del Himalaya, donde Dalai Lama pasa el invierno.
Dormiremos en un pueblo cerca de la ciudad de Calcuta.

Desde el avión, por la noche Calcuta es una aglomeración de puntitos brillantes y palpitantes. Parece que vamos a cambiar nuestros planes de no meternos en el corazón de Calcuta para evitar su caos, porque, en palabras de Litos, el pueblecito al que íbamos está "en el quinto coño", así que mamá está buscando en la Lonely un hotel en Calcuta.



El aeropuerto es feo: paredes amarillentas y sucias, suelo gris polvoriento, ventiladores con aspecto de mosquito destartalado, plantas falsas y anuncios de vodafone.

-Bueno, al menos no hay mucho ruido- observa mamá mientras un camión arranca estruendosamente, enciende la radio y un perro ladra.

-Llegar a estos niveles de abandono y suciedad es difícil- dice Litos- coño. esque pintas las paredes, limpias, y pago 200 rupias más...

Esta ciudad es el infierno, es el peor lugar en el que he estado en toda mi vida.

Al salir del aeropuerto, se nos ha acercado un señor encorvado como un cuervo rarísimo que decía algo en hindú e intentaba... ¿ayudarnos?. Yo llevaba el carrito con las maletas, pero este señor, que parece un mono, me quitó el carrito de un empujón. A Litos se le abrieron los ojos como platos, y mientras me gritaba, le quitó al señor-mono las maletas de la mano.

Luego el taxi nos llevó al centro de Calcuta. La gente duerme en la calle, por todas partes, envueltos en trapos sucísimos. Los coches que circulan son viejísimos y oxidados. No hay absolutamente ningún resto de vegetación, y toda la ciudad está envuelta en una nube, producto de la niebla húmeda y pegajosa y la contaminación. En un semáforo, un señor con cara parecida a E.T., nos mira a través del cristal con cara de muerte, pidiendo una limosna. Parecía que estaba dispuesto a romper el cristal.

Mi angustia aumentaba gradualmente, así que le pedí a mamá que me cantase algo, pero estaba cansada, así que Litos cantó una sobre marihuana y hachís, y por lo menos nos reímos un rato.

El taxista nos llevó a un hotel lujoso, caro y bonito, dentro del contexto, pero no era el hotel al que le habíamos pedido que nos llevase, así que nos fuimos. A estas altas horas de la noche, que un taxista nos tome el pelo por las comisiones, no sienta nada bien.
Cuando llegamos al Astoria, el que mamá había elegido en la Lonely, terminamos de morir. La habitación, de color verde sucio (para variar) parecía un tanatorio y una sala de autopsias a la vez. El hotel más sucio hasta ahora, casi igualabla a aquel baño de la gasolinera en el que nos paramos hace unos días. Y hay ratas.

Tras instalarnos, salimos en busca de un restaurante. Si por el dia no hay mujeres, por la noche muchísimo menos. Los hombres que estaban durmiendo en la calle susurraban y decían cosas en hindú, y nos miraban como murciélagos en una cueva. Los escalofríos me subían por la espalda. Había un señor masturbándose en la calle, y niños que no eran niños que nos pedían.

Mi único consuelo es que mañana por la mañana nos iremos al santuario budista y podré olvidarme de todo esto, que parece una pesadilla.



A las 5 de la mañana escuchamos, desde nuestro cuchitril (que al menos no es la calle), los rezos musulmanes por el altavoz. Según Litos, "manda huevos", y dice: "¿Pero tú te imaginas que en medio de Santa Cruz grite alguien por un altavoz a las 5 de la mañana para llamar a la oración? Viene la unipol y les mete dos palos".

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